Los beneficios de ir a terapia
María se siente mal, está confundida y triste. Se plantea ir a terapia, pero no sabe lo que puede esperar, ni siquiera si a ella le va a ayudar. Se recuerda alegre, echa de menos a esa María. Tiene miedo, decidir ir a terapia no siempre es fácil. Nos podemos preguntar sobre el sentido o incluso ¿para qué me puede servir?
Muchas son las preguntas que nos hacemos a la hora de iniciar un proceso terapéutico. Nos decimos mil cosas, “seguro que se me pasa”, “¿me podrán ayudar?” “tampoco me encuentro tan mal” …. y es que al decidir iniciarlo pueden aparecer resistencias por temores, desconocimiento o dudas, y con esta confusión nos lanzamos en las aguas del trabajo terapéutico.
Al tomar esta decisión ya hemos iniciado el proceso de cambio; nos estamos haciendo cargo de nosotras mismas. En este punto, generalmente, nos sentimos vulnerables, ya sea porque estamos ansiosas, tristes, revueltas, enmarañadas, confusas.
Quizás, nos acabamos viendo envueltas en una situación que nos hace daño o puede que queramos conocernos más a nosotras mismas. A lo mejor, existen problemas profundos en las relaciones interpersonales. Surgen situaciones difíciles en la familia, pareja, hijos o en el trabajo. Los miedos, la ansiedad o un estado depresivo, a veces, son arrastrados durante mucho tiempo. Trastornos o malestares físicos generados en ocasiones por un estrés continuado…
Ir a terapia supone un trabajo en equipo, donde el profesional nos acompaña en nuestro caminar, para que podamos iluminar, es decir, “ver” (no solo saber) aquello que no estamos viendo de nosotras mismas y comprender el sentido de lo que expresamos, a través de la palabra, del cuerpo o del síntoma. Y es que no podemos hacernos cargo, cambiar ni aceptar lo que no comprendemos, lo que no vemos o lo que no tiene sentido. ¿Sobre qué ámbitos de mi vida necesito pararme y poner más claridad? ¿Qué manera de relacionarme repito y me está dañando? Estas son solo algunas de las preguntas que podemos empezar a hacernos.
Sólo enterándonos, reconociéndolo, indagando en las profundidades, en la verdad del alma de una misma, podremos aceptarlo para, después, iniciar un proceso de transformación y, por tanto, de bienestar. Un trabajo que no siempre es fácil, pero que, desde luego, trae beneficios consigo.
Pero, ¿cuáles son estos beneficios?
Aunque pueden ser muy variados, lector o lectora, te animo a que te pares un instante y antes de seguir leyendo, te preguntes desde la calma: ¿para qué me ha servido?, ¿qué beneficios ha tenido en mí? O incluso, para aquellas que no os habéis lanzado: ¿para qué me gustaría que me sirviera?, ¿hacia dónde me gustaría que estuviera encaminado el proceso en este momento?
Algunos de los beneficios que muestro son fruto de lo que me han ido comentado personas con las que estoy trabajando en terapia y a las que les he preguntado a raíz de este post:
1. “Me conozco más a mi misma. Aprendo de mí”. Dice N, cuando le pregunto sobre el sentido que tiene para ella.
Los procesos terapéuticos contribuyen a que aumente la conciencia sobre una misma. Un espacio en el que nos atrevemos a mirarnos. Sí, a MIRARNOS. A reconocer lo que hay en nosotras y lo que somos. Así, viéndonos, nos ponemos en valor.
Es un enterarnos de nosotras de una manera integral, es decir, dejamos de estar compartimentadas. Así, nos liberarnos del secuestro del pensamiento, de las emociones o del cuerpo, donde solo una parte de nosotras tiene protagonismo. En su lugar, se ponen en comunicación todas ellas, como un todo. Algo fundamental, pues somos cuerpo, mente y emociones en relación con otras personas.
2. Recuerda: “Tú eres quien mejor te puedes conocer”. Dice L, cuando le pregunto. Añade: “Confíaba más en lo que los otros decían de mí. Ahora escucho más mi voz, habla más fuerte, digo al otro lo que necesito y no me lo trago.”
Ayuda a que eliminemos aquello que dificulta ver y enterarnos de quiénes somos, con nuestras luces y nuestras sombras. Es un proceso en el que uno se va haciendo cargo de sí misma, no solo entendiendo qué es lo que nos ha llevado a estas posiciones; sino, también, permitiéndonos conectar con lo que nos está llevando a mantenernos ahí y explorando vías para manejarnos de una manera diferente para coger las riendas de nuestras vidas.
3. “Ahora escucho más. Me he dado cuenta de que no escuchaba, estaba a la defensiva.”
Como señala J. la terapia, nos permite darnos cuenta de nuestra manera, nuestra forma de relacionarnos y cómo esto nos puede estar generando dificultades y relaciones poco enriquecedoras. Permite que nos enteremos de cómo nos vinculamos, en qué tipo de relaciones dañinas nos enredamos y cómo podemos ser generadores de relaciones que nos enriquezcan y nos hagan crecer.
Desde aquí, comenzar a generar los cambios hacia una mejor comunicación con los otros. Por tanto, permite aprender a relacionarnos de una manera diferente.
4. “He salido del bucle en el que estaba.”
Aprender a gestionar nuestro pensar y que no nos maneje a nosotras. Supone entender, más allá del contenido que aparezca, el sentido de nuestros pensamientos. Algunas preguntas que podrían surgir son algunas como: ¿qué nos está diciendo este bucle? ¿en qué me estoy enredando?
5. “Salir de la parálisis. No desde la reacción sino desde la dirección.”
Para A., como para muchas otras personas, la terapia le ha permitido activarse desde una posición proactiva y hacerse cargo de su vida, es decir, darse cuenta de la dirección en la que quiere caminar y desde ahí poder decidir y aceptar las consecuencias que acarrea el camino de la libertad.
6. “Resolver las crisis en las que estamos.”
Hay momentos en la vida en que tenemos la sensación de que algo no funciona o la impresión general de que estamos en crisis. En este sentido, la terapia nos permite liberarnos de posiciones vitales que nos han ido acompañando y que, hasta el momento, pudieron servirnos, pero que llega un momento en que deja de encajarnos. Como si el ropaje con el que nos hemos vestido a lo largo de los años nos quedase pequeño. Así pues, supone salir de esas posiciones para tomar contacto con el yo verdadero, más allá de las posiciones defensivas que nos fueron útiles (por lo tanto tienen su sentido), pero ya no.
7. “Encontrar un lugar seguro de expresión”.
Poder comunicarte sin que te cuestionen ni juzguen. Es la sensación de eliminar las tensiones de la vida. Dice M: “Me facilita enterarme de cómo estoy. Me permite darme cuenta de mí misma y de mis incongruencias. También, salir de la exigencia de que puedo con todo.”
8. Entender y actuar ante los síntomas
“He descubierto que tengo cuerpo”, se ríe M. Continúa: “Escucho mi cuerpo y he aprendido a calmarme. Profundizo en mí, elaboro y me hago cargo de mi historia, lo que me ayuda a encontrar maneras de cuidarme, proporcionándome aquello que puedo darme y es bueno para mí. También acepto, lo que no quiere decir que me resigne, mis limitaciones.”
En fin, un proceso terapéutico moviliza emociones y pensamientos que cuesta encarar. Implica generar cambios y, por lo tanto, enfrentarse a incertidumbres y a transformaciones que, de primeras, pueden producir vértigo. Sin embargo, adentrarse en este camino, en muchos casos, es la única manera de recuperar el control y de vivir plenamente sin ataduras ni mochilas. Es una buena vía para aprender a querernos y sentirnos queridas, así como para vivir con los demás. Para realizarnos plenamente. Sin duda, a largo plazo, los beneficios son mayores que las pérdidas.
Si consideras que este es el momento para iniciar un proceso terapéutico, desde la Escuela de Crecimiento Personal te podemos acompañar.
Laura García Galeán
Psicóloga. Psicoterapeuta